miércoles, 5 de junio de 2013

Paseíllo y palco




            Cuarenta años dan mucho de sí. Cuarenta años es una vida. Y cuarenta años, casi, los he pasado en diversos destinos que me encomendó  la dirección del diario HOY.

            Al cabo del tiempo, cuando las hojas del otoño ganan metros a los rebrotes de primavera, es curioso constatar como las evocaciones, los recuerdos, se basamentan más en hechos alegres, en circunstancias amables que en periodos menos graciables. 

Será, digo yo, por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor o, simplemente, por una especie de coraza que amortigua los flechazos del tiempo. Porque en cuarenta años trabajando en “Hoy” he tenido de todo. Momentos muy buenos, momentos muy malos y momentos que ni fu ni fa, pero algunos de ellos curiosos y hasta chistosos.

            En una efeméride como la que ahora nos ocupa (el 75 aniversario de “mi”  periódico, mío porque me he dejado más de media vida en él) prefiero centrarme en aquellos instantes que aun hoy en día, pese al paso de los años, me hacen sonreír e incluso en ocasiones, soltar la carcajada.



            No voy en consecuencia  a contar nada de mi etapa de redactor político de La Transición porque sería amargar la vida a más de uno. Ni tampoco de  mis tiempos de redactor de calle, ni de mis últimos años como jefe de edición. 

Para mejor deleite del lector me centraré en los 12 años en que fui redactor de deportes. Curiosamente fue la época en que obtuve una mayor popularidad y seguimiento. Sería cuestión de preguntarse qué de verdad interesa al pueblo, si lo “interesante” o lo “importante”. (Y ponga el lector en orden esta pregunta si se atreve, tras el titulo europeo de la selección española de fútbol).

            Vamos con alguna anécdota que me pide mi querido compañero, y sin embargos que valgan, buen amigo, Julián Leal.

            Allá por la primera vez que el Badajoz descendió a tercera me encontraba alicaído. Que un club de los más antiguos de España tuviera que patearse los campos de esa categoría suponía un quebranto. Y sin embargo resultó todo lo contrario. Por aquellas calendas  un gran equipo del Badajoz comenzó a visitar villas y ciudades extremeñas. Y por causas  más o menos ignotas el veterano conjunto blanquinegro se convirtió en una especie de Papá Noel. 

Por lo que fuera (que yo todavía no lo tengo claro,  pues a esta alturas me sigue sorprendiendo la afición pacense) los seguidores del Badajoz se apuntaron a los viaje y acompañaban al club a todas sus visitas, y en gran número.

A mí, que, llevaba entonces unos cinco a seis años de redactor de deportes, no dejaba de sorprenderme la actitud de los aficionados blanquinegros



”Esto no hay quien lo entienda – le comentaba a mi querido ayudante Fernando Echave – No había  forma de llenar el  Vivero y ahora se apunta hasta la tía de Carlos”.

Pero así era. Sorprendente. Incluso recuerdo un Vivero (entonces no existía el Nuevo) con tres cuartos de entrada para un partido entre el Badajoz y el equipo de la Muy Heroica Villa.  Perdimos, los de La Albuera, creo recordar por 14-1. Pero es igual. Sigo igual de orgulloso de haber nacido en el pueblo de la Batalla.

    No había visto algo semejante desde el partido de Copa del Rey que emparejó al Real Madrid con el Badajoz. El Viejo Vivero se llenó hasta las escaleras. Y aquí la primera anécdota. La noche antes del partido oficial Badajoz-Real Madrid entrevisté al entrenador madridista  Di Stefano en el Hotel Zurbarán.  No recuerdo qué pregunta le hice a don Alfredo pero le sentó muy mal. A la “Saeta Rubia” se le nota enseguida el cabreo, pero me contestó a esa y diez o doce preguntas más y cuando le di las gracias me espetó.

            -“¿Ya acabastes boludo?”…

            Y se largó a su habitación. Quede constancia que mi admiración por el mejor futbolista de todos los tiempos sigue intacta.

   Jugaba el Badajoz en San Vicente de Alcántara. Llegamos a la localidad norteña de la provincia pacense y los directivos  del club local recibieron a la prensa muy bien. Entonces las “medios informativos eran cuatro gatos. Inquirí donde podíamos situarnos y un señor nos dijo: “Allí”.

“Allí” era atravesar el campo de juego, con pocas gradas pero a reventar de público. Se trataba de cruzar aquella especie de corral a lo largo y por el centro. Así que Fernando Echave, Alfonso Rodríguez y un servidor iniciamos el “paseíllo”. Hubo voces entre el público más o menos curiosas:

            -“Alfonso, no te pongas en nuestra portería que te vas a aburrir”…
            - Enrique, no tienes ni puta idea de fútbol”….
            - ”Fernando, Edu (ex del Badajoz) está “cabreao” contigo”…

Seguíamos  por aquel camino del desierto hasta que una maciza y ronca voz restalló:

            “Enrique: A ver que coño escribes mañana….¡So cabronazo””….

            Alfonso, Fernando y yo conseguimos llegar, tras el  singular “paseíllo”, hasta las localidades asignadas, donde desembarcamos todavía con las risas que nos provocó aquella buena voz. Risas que compartimos con directivos y aficionados sanvicenteños.



            Más curioso fue en Aceuchal. Ante la visita del Badajoz la directiva del club local erigió  en el centro de la zona de tribuna un “palco”. Lo hizo con la mejor voluntad acondicionando uno de aquellos  artilugios agrícolas que arrastraban los tractores. 

Aseguraron, mal que bien,  la improvisada tribuna tras abrir uno de los laterales del remolque y allí nos ofrecieron con un gesto de graciable hospitalidad un sitio a Prensa y Radio (que entonces éramos, ya digo, cuatro gatos) y a los directivos del Badajoz y sus acompañantes. 

Todo iba perfecto hasta que en un momento volví la cara y vi al presidente blanquinegro Antonio Guevara (puede dar fe de lo que relato) que, sujetándose y levantándose al tiempo de  la silla que ocupaba, gritaba con gesto de susto:

            “¡Esto se cae!”.

            Y tanto. El artificio se vino al suelo. Aquel palco apresurado se derrumbó. Yo caí sobre Fernando y tras el momento de susto (un momento más o menos largo para los protagonistas)) oí al querido Echave: “Enrique ¡Quítate de encima, que no me puedo mover!”

            Y yo le respondí:

-       “¡No puedo, tengo una gorda sobre mis espaldas!”

            Aquella señora que me aplastaba se quejaba amargamente mientras me prohibía cualquier movimiento:

            -“¡Ay por Dios”… Me la he roto, seguro que me la he roto”…. plañía lastimeramente la mujer que me aprisionaba.

            En pocos instantes varios samaritanos amables colaboraron en arreglar el entuerto. No pasó nada. Se  llevaron a la señora entrada en carnes y yo pude liberar a Fernando.  Entre los accidentados de la enteca tribuna solo había que lamentar alguna magulladura y poco más.

            Al poco tiempo le pregunté a uno de aquellos samaritanos que se habían llevado a la señora que me aplastó:

             “Por favor, ¿Qué le ha pasado a la señora obesa que se cayó encima de mi?… Se quejaba mucho… ¿Se ha roto la muñeca?.

            -“No -me respondió rotundo y muy serio aquel ciudadano de Aceuchal- Lo que se ha roto es la faja”.

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